dijous, 24 de setembre del 2009

L'actitud filosòfica com a novena competència

La actitud filosófica como novena competencia
escrito el 2 de Febrero de 2009 por José Antonio Marina en José Antonio Marina

La situación actual de la filosofía en la enseñanza conviene tratarla en dos dimensiones. La primera, muy urgente, es intentar luchar desde todos los ámbitos porque la creación y aplicación de las distintas leyes educativas y sus concreciones autonómicas afecten lo menos posible a la asignatura. La segunda es más ambiciosa y más definitiva. Debemos ser capaces de convencer a la sociedad de la importancia educativa y social de la filosofía.
Creo que el enfoque desde una competencia es muy útil. Como saben nuestros lectores, la Unión Europea ha seleccionado ocho competencias básicas, que deben constituir el gran objetivo educativo en todos los niveles de la enseñanza. Son las siguientes:
• lingüística
• científica
• numérica
• tecnológica
• cultural
• aprender a aprender
• aprender a emprender
• habilidades sociales y ciudadanía

Este esquema ha sido recogido por la LOE. Pues bien, lo que sostengo es que falta una competencia básica, la más específicamente europea. Es fácil ver que las ocho mencionadas son necesarias para vivir en una sociedad desarrollada, pero proporcionan habilidades fragmentadas y no fomentan ninguna capacidad crítica. Podrían servir para educar a un esclavo. Pero el mundo actual es complejo y conflictivo. Nuestros alumnos van a recibir mensajes contradictorios, y necesitan tener ideas claras sobre la realidad, su inteligencia, y su situación en el mundo. Tienen que saber pensar, seleccionar la información y ejercer sobre ellas una mirada crítica, si quieren ser libres. El asunto es serio, porque nuestros adolescentes necesitan estructuras mentales, afectivas y éticas que les permitan orientarse en el pensamiento y en la realidad. No se trata de que nuestros alumnos estudien filosofía como estudian historia del arte, o geología, para tener una especie de cultura general. Se trata de convertir la filosofía en un adverbio, y enseñar a tomar decisiones personales o políticas, a leer la prensa o ver la televisión, a ser ingeniero, arquitecto o empleado de banco “filosóficamente”. Es decir, aplicando a la vida diaria conocimientos, hábitos, valores que tradicionalmente están relacionados con la filosofía, y que van desde hábitos intelectuales hasta hábitos éticos.Este sitio, APRENDER A PENSAR, nace con la idea de reivindicar una “novena competencia”, la competencia de “saber pensar”, en cualesquiera situaciones y sobre cualesquiera contenidos. Esta novena competencia, a la que también podemos llamar “competencia filosófica”, es imprescindible para un ciudadano europeo del siglo XXI.
La novena competencia: aprender a pensar
Propongo que de una manera muy sucinta, para ir desbrozando el camino, intentemos responder a esta pregunta:¿Cuales serían los conocimientos y los hábitos indispensables para la competencia filosófica de un ciudadano que no va a estudiar más filosofía en su vida?Aclarado este asunto podríamos atender a otros: cómo, cuándo y dónde se enseña; y cómo deben estar formados los profesores para hacerlo.Siempre he defendido que los docentes de secundaria debíamos tener nuestros propios grupos de investigación y estudio. Somos nosotros los que estamos en condiciones de saber lo que debían estudiar nuestros alumnos. Una asignatura de filosofía para adolescentes no puede ser la misma que se estudia en la universidad, pero jibarizada. Es otra cosa, tiene otros objetivos y ha de tener otro enfoque distinto. Y eso sólo nosotros -desde las aulas- podemos saberlo.
La utilidad de la filosofía
Acabo de leer en Le Monde de l’Education un artículo sobre la decadencia de la filosofía en el bachillerato francés, donde era la prueba reina. El autor cree que se ha quedado anticuada en su concepción. No ha sabido superar la masificación. Propone como objetivo de la asignatura “la recuperación del sujeto inteligente y libre”.Los profesores de filosofía nos quejamos con frecuencia de que nuestra asignatura no está suficientemente valorada. Estamos convencidos de que la filosofía no es un saber más, una parte importante de la formación cultural, sino que se mueve en un plano más profundo. Es la inteligencia reflexiva en acción. El sujeto inteligente hace muchas cosas: trabaja, va al supermercado, forma una familia, participa en política, se enamora, pinta, escucha música, toma decisiones. Pues bien, cuando reflexiona racionalmente sobre estas actividades, se encuentra haciendo filosofía sin saberlo.Para que nuestras reivindicaciones lleguen a la sociedad, debemos explicar con claridad la utilidad de nuestra asignatura, cosa que no hacemos bien. Mi experiencia -tras veinte libros, decenas de conferencias y centenares de artículos sobre filosofía en revistas de gran tirada- es que a la gente le interesa la filosofía cuando se enteran de lo que es. Pues vamos a explicárselo. Una tradición anacrónica repite como un timbre de gloria que la filosofía es un saber inútil, que no sirve para nada. Entonces, no vale la pena estudiarla. Los horarios escolares son reducidos y hay que utilizarlos bien. Lo que ocurre es que esa afirmación es falsa.Filosofar es vivir consciente, reflexiva y responsablemente. Por ello, necesitamos luchar contra la estúpida idea de que la filosofía no sirve para nada. Esa supuesta inutilidad era un elogio envenenado que pretendía enaltecer nuestra actividad poniéndola a salvo de un torpe utilitarismo. Pero, ¿para qué estudiarla, entonces? Es el gran antídoto contra el fanatismo, el dogmatismo, la credulidad, la superstición y la simpleza. Desarrolla todo tipo de anticuerpos mentales: la capacidad crítica, la independencia, la visión de conjunto, la valentía ante los problemas, la valentía ante las soluciones a esos problemas. Es la inteligencia resuelta, es decir, la que soluciona los problemas y avanza con resolución.No deberíamos esperar a que las leyes o la sociedad nos apoyen. Primero debemos demostrar la utilidad, la brillantez, la necesidad de lo que hacemos. No es verdad que el buen paño en el arca se vende. Iniciemos una gran operación de “marketing filosófico”, expliquemos bien lo que hacemos y, por supuesto, hagámoslo bien.Para eso necesitamos mejorar nuestros procedimientos didácticos, elaborar materiales eficaces, atractivos y rigurosos. Al fin y al cabo es nuestra peculiar manera de colaborar al adecentamiento del mundo. Para facilitar esta cooperación, podemos utilizar este lugar, que nos permite aprovechar las nuevas tecnologías en nuestro proyecto educativo, y crear una red social de profesores (no solo de filosofía, pues como bien sabemos el pensar se da, o debería darse, en todos los ámbitos del currículo) en la web, que podemos utilizar, además, como un eficaz recurso didáctico para comunicarnos con nuestros alumnos y compartir contenidos.Les espero.
José Antonio Marina

dijous, 3 de setembre del 2009

Fernando Broncano (entrevista)



¿Y dice usted que somos ciborgs?
Sí. Hemos transformado nuestra propia naturaleza transformando el mundo en el que vivimos. El resultado es un ser construido por prótesis.
¿Prótesis?
El lenguaje, la vivienda, el calzado, las ciudades, las imágenes o los relatos son cosas anexas que hemos creado y asumido.
¿Somos un producto artificial?
Sí, es como si nos hubiéramos levantado por los pelos, nos hemos elevado de la naturaleza. Fíjese en mí.
… No le veo nada raro.
Mis gafas son una prótesis, pero no las siento, son parte de mi cuerpo; y eso ocurre con todas nuestras formas culturales, desde el lenguaje hasta la arquitectura; pero lo que me interesa no es el objeto en sí, sino lo que hace el objeto con nosotros.
¿Qué hace?
Nos hace vivir en un estrato que no es ni el real ni el imaginario, sino algo que está en medio, y de ahí nuestra melancolía.
¿Somos ciborgs melancólicos?
Sí, nos pasamos la vida soñando con un mundo que ya no existe: lo natural. De hecho, las paredes que pretenden ser rústicas tienen más tecnología que las de ladrillo. Al ciborg se le ha arrancado de la naturaleza, ya no puede volver a ella, sólo puede vivirla a través de los documentales o del turismo. Su melancolía es fruto del desarraigo.
Me está entrando una angustia…
Una de las enfermedades más graves que padecemos es la incapacidad de pensar mundos posibles distintos.
Si no podemos volver a nuestra esencia, ¿adónde apuntar?
El ciborg está en la frontera, un lugar de mezcla, de hibridación, de pioneros, en el que sólo existe la posibilidad de ir hacia el futuro imaginándolo y haciendo que el futuro se acople a esa imaginación.
Seremos protésicos, pero no parece que moralmente hayamos evolucionado…
La moral tiene mucho que ver con cómo queremos que sea el mundo, y la tecnología, con cómo podemos hacer ese mundo.
Lo que podemos hacer acaba convirtiéndose en lo que queremos hacer.
Esa teoría - si la flecha está en el arco, tiene que partir-es mentira. Si hay alguna evolución positiva moral es porque decimos: esto no lo queremos. ¿Sabe lo que pasa?
¿Qué pasa?
A la tecnología la miramos con miedo o con deseo, pero sin distancia crítica: hay que observar qué están haciendo con nosotros.
¿Y qué están haciendo con nosotros?
Cambiándonos. Internet nos crea espacios y tiempos completamente nuevos.
Esos artefactos nos facilitan la vida.
Eso es lo de menos. El mundo del consumo en el que vivimos es sobre todo simbólico, ponemos en los artefactos las etiquetas del estatus.
Pero ha habido sociedades que vivían con lo que la naturaleza les ofrecía.
El del buen salvaje feliz es un mito de las sociedades avanzadas, es parte de la melancolía del ciborg y un invento de los ricos, como el del pobre feliz.
Entonces, ¿nuestras prótesis culturales no nos hacen más felices?
Nos permiten hacer cosas que sin ellas no podríamos hacer, pero lo que da la felicidad es hacer lo que decides, ganarte tu propio futuro, el que has imaginado. La necesidad de naturaleza es real.
Hay dos maneras de concebir la naturaleza, una es como aquel lugar en el que está nuestro destino, que es la de las sociedades primitivas; y la otra es como un parque natural. Y creo que ese es el futuro de la Tierra: concebirla como un parque natural que decidimos preservar, porque un paisaje necesita mucha tecnología para seguir siéndolo. ¿Pero cuál es el problema?
¿?
Aceptar la tecnología sin cuestionarla. ¿Por qué tenemos que aceptar el DDT? Hay un déficit de imaginación cuando no se pueden ver tecnologías alternativas. ¿Cómo corregirlo?
El primer paso, el más difícil, es empezar a pensar que las cosas podrían ser distintas. Pensar el mundo bajo condiciones de creatividad y node sometimiento a una vía única.
Al final, no sé qué somos...
La pregunta no es qué somos, que es una pregunta incontestable, sino qué queremos ser. Eso es lo que te permite distanciarte.
¿Y?
Yo diría que el ser humano es una especie que huye, una especie migrante que tiene que emplear la imaginación del pionero.
A usted no le va Itaca.
Me parece un autoengaño: cuando llegas, Penélope no te reconoce. No hay vuelta atrás, si se vuelve es a un pasado imaginado, que es lo que siempre andamos haciendo.
Pero los momentos de esplendor de casi todos son junto a la naturaleza.
Eso es la melancolía. Pensar en la figura de la naturaleza como en lo que hemos perdido tiene que ver con un deseo de tener otra vida, pero le ponemos el nombre de un paisaje. ¿Y cómo acaba eso?
Me temo que en tragedia.
La gente acaba comprándose su segunda residencia en la playa y destrozando la costa. Cuando hablo de tecnología, el objeto prototípico es la ciudad. Pensar en un mundo tecnológicamente distinto es pensar en una ciudad distinta integrada en la naturaleza.

Entrevista realitzada per Ima Sanchís, a la vanguardia.